En un pequeño pueblo perdido entre montañas, vivía una vez un ratoncito muy simpático y muy trabajador.
Llevaba el ratoncito un buen rato trabajando en el campo, cuando pasó el topo repartiendo el correo.
– ¡Hay correo para ti!
El ratoncito, que rabiaba de curiosidad, se apresuró a leer la carta.
- Es carta de mi primo, el que vive en la ciudad. ¡Qué bien! ¡Me invita a pasar unos días en su casa!
El ratoncito muy contento porque, por fin, iba a conocer la casa donde vivía su rico primo, preparó un hatillo con cuatro cosas.
Iba dichoso y feliz pues su primo le había hablado de lo bien que vivía en la ciudad: No tenía que trabajar y, además, disponía del mejor queso; y ya sabéis cuánto le gusta el queso a los ratones…
Nada más llegar a la ciudad, tuvo su primer tropiezo. Un coche, con sus negras ruedas, estuvo apunto de aplastarlo contra el asfalto.
- ¡Socorro! ¡Ese monstruo ha estado a punto de matarme!
Cansado y muy asustado, llegó por fin a la casa donde vivía su primo. La dueña de la casa abrió la puerta en ese momento y ¡vuelta a correr…!
- ¡Vamos de prisa! ¡No deben verte! ¡Nadie sabe aquí viven ratones!
- ¡Uy¡ ¡Voy contigo!
Ya más tranquilos, su primo presumía delante de él:
- Como verás, querido primo, aquí tengo de todo y no tengo que trabajar, como tú haces, para conseguir comida.
- Ahora que la mencionas, no estaría mal comer algo. Llevo todo el día sin probar nada.
- Eso está hecho.
Su primo le llevó a la cocina y aprovechando que el palo de la escoba estaba
apoyado sobre el mueble, comenzaron a trepar por él. El pobre ratón de campo que estaba agotado, llegó arriba con mucho dificultad.
- Vamos, primo, un último esfuerzo.
-¡Ay, no puedo más!
Al final, recibieron su recompensa, un delicioso queso para ellos solos.
- ¡Qué rico está!
De repente, apareció el que faltaba, el señor gato:
- ¡Mira que agradable sorpresa! ¡Mi amiguito tiene visita! Encantado de conocerte, monín.
En ese momento, los dos ratones se arrojaron al suelo y comenzaron a correr.
- ¡Sálvese quien pueda! ¡Que nos pilla!
- ¡Ay, aquí no hay quien pare! ¡De ésta no salgo!
- No corráis tanto, ratones. ¡Oye, tú, no sean mal educado, preséntame a tu amiguito!
Cuando, por fin salieron de ésta, el ratón de campo cogió su hatillo y le dijo a su primo:
- Ahí te quedas, querido primo, prefiero un mendrugo saboreado con tranquilidad en el campo que un banquete rodeado de peligros en la ciudad.
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