La madre naturaleza vivía feliz, se
despertaba y el sol resplandecía, el aire acariciaba toda clase de plantas, el
ciclo de la germinación se iniciaba con la ayuda del aire y algunos animales,
las aves se posaban sobre los arboles y fabricaban sus nidos.
Ella
también tocaba las nubes y producía la lluvia, los ríos seguían su cauce, la
hierba en los campos reverdecía, los cultivos daban su fruto, todo era armonía,
todo seguía su curso normal.
Hasta
que un día el desbastador apareció con su deseo de colonizar y poblar la tierra,
con su afán de conseguir riquezas. Y empezó una ardua labor de destrucción;
taló los arboles cerca a los ríos, contaminó las aguas con sus basuras,
descubrió el petróleo y en su lucha de poder por las riquezas del oro negro, lo
vertió en las aguas sin piedad. Tanto daño sobre esta pobre madre, traería
fatales consecuencias.
Y
una mañana el panorama era desolador, el señor tiempo apareció cambiante, unos
años fueron de muchas lluvias; durante estos meses, los ríos crecieron y se
salieron de sus cauces, las inundaciones no se hicieron esperar, los cultivos se dañaron, los animales morían de frío. Luego
apareció la sequía, los ríos parecían hilos de agua, escaseaba este líquido, la tierra se
estaba volviendo estéril, los peces, las plantas, los animales se estaban
muriendo y los humanos empezaron a padecer de extrañas enfermedades en la piel
a causa del calentamiento global. Se había desencadenado una guerra por el agua, todo
parecía un extenso desierto, donde reinaban las tierras áridas.
Y
el destructor no reaccionaba, entonces su familia empezó a padecer las
consecuencias de sus nefastas acciones.
Y
al ser tocado donde más le dolía, éste no podía conciliar el sueño. Cuando por
fin una noche quedó profundamente dormido, pudo ver como en éste se sentía muy
triste y corría buscando al creador
de la vida para que lo ayudara a hablar con la
madre naturaleza, y cansado de tanto rogar a nuestro Padre él lo llevó ante la
presencia de ella:
Y
al verlo le preguntó:
-¿Qué
quieres de mi, acaso no estás conforme con el daño que me has hecho?
-¿No
sabes que destruyéndome también terminaras con tu existencia y la de todos los
humanos?
El
no sabía cómo mirarla, finalmente se arrodilló y les pidió perdón a Dios y a
ella, por todo el daño que había causado y le suplicó que lo deje enmendar su
error, si todavía se podía hacer algo. Hubo un silenció que puso a sudar frio
al hombre de la preocupación, hasta que por fin ella le respondió:
-Pregúntale
al padre, para ver si él te da una segunda oportunidad.
Y
el hombre elevó su mirada al cielo y dijo:
-Padre
te he fallado, y le he fallado a nuestra madre naturaleza, pero por favor
perdóname y ayúdame, necesito que los dos me den su apoyo para restablecer todo
o lo que me sea permitido.
Los
dos lo miraron y le sonrieron, no sin antes hacerle prometer, que jamás debería
contribuir con la destrucción de todo lo creado.
La
mañana siguiente Dios le dio el poder a la naturaleza para que iniciara su restauración. Ella tocó las nubes
y hubo lluvia, la hierba reverdeció y más tarde el sol salió con su esplendor,
el viento acarició las plantas, las aves revoloteaban de alegría, los animales
corrían felices y el hombre se arrodilló y le dio gracias al padre celestial
por salvar a tiempo nuestra
amada Madre Naturaleza.
Camargo, Laura.
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