Temeroso era un hermoso
patito blanco que le tenía miedo a muchas cosas. Vivía con sus papis y siete
hermanitos, todos casi iguales a él. Lo que diferenciaba a Temeroso de sus
hermanos, no era ningún rasgo físico, sino que, nuestro patito amigo era muy,
pero muy miedoso.
Temeroso no podía evitar tener miedo a muchas cosas y eso, le hacía más difícil su vida. Algunos de sus tantos hermanitos lo entendían y trataban de ayudarlo, otros se burlaban y decían que por algo lo llamaban así.
El miedo no es una linda sensación y cuando se teme a algo, también se sufre. Esto le ocurría a Temeroso.
Como muchas cosas le daban miedo, había muchas cosas que no hacía pero que en realidad deseaba poder hacer. Quería nadar, volar y dormir sin miedo por las noches.
Y si, aunque parezca mentira y siendo un pato, Temeroso le tenía miedo al agua. Cuando sus papis salían a pasear por el lago junto con sus hijitos, él los esperaba en la orilla.
Todos los días era la misma historia, la familia a punto de salir a nadar, esperando a que nuestro amiguito se decidiera a entrar al agua.
- ¡Vamos Temeroso, no pasará nada! Yo te acompaño. Le decía Coqueta, su hermana mayor.
- Si te hundís, cosa que no creo, yo te agarro del cogote y te saco en un abrir y cerrar de pico Le decía su hermanito que, a pesar de ser menor, no le tenía miedo a nada.
- No gracias chicos, vayan, mejor me quedo esperando, sino se van a perder el paseo. Contestó temeroso.
Temeroso no podía evitar tener miedo a muchas cosas y eso, le hacía más difícil su vida. Algunos de sus tantos hermanitos lo entendían y trataban de ayudarlo, otros se burlaban y decían que por algo lo llamaban así.
El miedo no es una linda sensación y cuando se teme a algo, también se sufre. Esto le ocurría a Temeroso.
Como muchas cosas le daban miedo, había muchas cosas que no hacía pero que en realidad deseaba poder hacer. Quería nadar, volar y dormir sin miedo por las noches.
Y si, aunque parezca mentira y siendo un pato, Temeroso le tenía miedo al agua. Cuando sus papis salían a pasear por el lago junto con sus hijitos, él los esperaba en la orilla.
Todos los días era la misma historia, la familia a punto de salir a nadar, esperando a que nuestro amiguito se decidiera a entrar al agua.
- ¡Vamos Temeroso, no pasará nada! Yo te acompaño. Le decía Coqueta, su hermana mayor.
- Si te hundís, cosa que no creo, yo te agarro del cogote y te saco en un abrir y cerrar de pico Le decía su hermanito que, a pesar de ser menor, no le tenía miedo a nada.
- No gracias chicos, vayan, mejor me quedo esperando, sino se van a perder el paseo. Contestó temeroso.
Esto también pasaba
cuando para ir de una orilla a la otra de un lago muy grande, los patitos
debían levantar vuelo. Cierto es que los patos no vuelan muy alto, pero por
poca que fuera la altura, Temeroso no se animaba a volar.
Ni que hablar cuando se hacía de noche y todo quedaba oscuro en el bosque, el miedo se hacía difícil de soportar. Sus blancas plumitas temblaban como hojas.
La única ayuda que le servía era la de sus amigos, los bichitos de luz; quienes sabiendo el problema del pobre patito, lo acompañaban muchas noches dándole su luz para que pudiera dormir un poco más tranquilo.
Para colmo de males, Temeroso era sonámbulo, eso significa que hablaba y caminaba dormido por ahí como si tal cosa, lo cual también le traía algún que otro problema.
Todo esto entristecía mucho a nuestro amiguito pues se perdía de hacer cosas que a los demás les divertía, tampoco le gustaba que se burlasen de él, ni por miedoso, ni por sonámbulo. Sabía que debía vencer sus temores pero no sabía cómo y tampoco sabía como dejar de caminar y hacer cuac cuac por la madrugada mientras todos en el bosque dormían. Cuando uno no sabe algo, es bueno pedir ayuda. Siempre hay alguien que nos quiere dispuesto a darnos una manito.
Reunió a parte de sus hermanitos y a sus amigos del bosque y les dijo:
Ni que hablar cuando se hacía de noche y todo quedaba oscuro en el bosque, el miedo se hacía difícil de soportar. Sus blancas plumitas temblaban como hojas.
La única ayuda que le servía era la de sus amigos, los bichitos de luz; quienes sabiendo el problema del pobre patito, lo acompañaban muchas noches dándole su luz para que pudiera dormir un poco más tranquilo.
Para colmo de males, Temeroso era sonámbulo, eso significa que hablaba y caminaba dormido por ahí como si tal cosa, lo cual también le traía algún que otro problema.
Todo esto entristecía mucho a nuestro amiguito pues se perdía de hacer cosas que a los demás les divertía, tampoco le gustaba que se burlasen de él, ni por miedoso, ni por sonámbulo. Sabía que debía vencer sus temores pero no sabía cómo y tampoco sabía como dejar de caminar y hacer cuac cuac por la madrugada mientras todos en el bosque dormían. Cuando uno no sabe algo, es bueno pedir ayuda. Siempre hay alguien que nos quiere dispuesto a darnos una manito.
Reunió a parte de sus hermanitos y a sus amigos del bosque y les dijo:
- Chicos, solo no puedo,
pensemos juntos qué podemos hacer para que yo pueda dejar de tener miedo.
- No será fácil amigo, mirá que ya lo intentamos varias veces. Dijo uno de los bichitos de luz.
- Pero una manera debe haber. Insistió Temeroso.
- Es tarde hermanito, yo diría que vayamos a dormir y mañana tranquilos y entre todos, pensamos la solución. Sugirió Coqueta.
- No será fácil amigo, mirá que ya lo intentamos varias veces. Dijo uno de los bichitos de luz.
- Pero una manera debe haber. Insistió Temeroso.
- Es tarde hermanito, yo diría que vayamos a dormir y mañana tranquilos y entre todos, pensamos la solución. Sugirió Coqueta.
Esa noche,
Farolito el bichito de luz más amigo de Temeroso pensó que el patito no iba a
dormir bien, entonces reforzó la iluminación con cuanto bichito de luz se le
cruzó por el camino.
Farolito no estaba equivocado, Temeroso se había acostado triste y le costó mucho dormir, pero bastó ver a todos los bichitos encendidos para sentirse protegido y poder descansar.
Muchas veces, mientras dormía soñaba con aquellas cosas que despierto no podía hacer y se veía nadando por lagos y lagunas, sobrevolándolas, caminando con su andar de pato en el medio de la noche sin sentir miedo alguno.
Esa vez, el sueño fue distinto. Esa noche soñó que Coqueta caía al lago y golpeando su cabecita con una piedra quedaba muy mareada. No podía salir y pedía ayuda llorando. Temeroso se levantó, dormido como estaba y sin dudar un segundo se metió en el lago a salvar a su hermana mayor quien -sólo en sueños- estaba en peligro y la salvó. Empapado se volvió a dormir. Un nuevo sueño se instaló en su cabecita, esta vez Farolito había quedado atrapado en una rama de un árbol y no podía bajar. También él pedía ayuda. Sin dudarlo una vez más, Temeroso volvió a levantarse, elevó sus alitas y voló dormido hasta la ramita para rescatar a su mejor amigo que, otra vez -sólo en sueños- corría peligro.
Cuando amaneció y Temeroso abrió los ojos, no entendía por qué todo el mundo lo aplaudía y felicitaba. Su mamá lloraba de emoción, Coqueta lo besuqueaba con su pico naranja. Era evidente que algo había sucedido y nuestro amigo no sabía de qué se trataba.
Cuando le contaron que lo habían visto volar y nadar, Temeroso creyó que le estaban haciendo una broma. Luego recordó ambos sueños y pensó que tal vez podían tener razón.
Se preguntó por qué había sido capaz de vencer sus temores estando dormido y encontró la respuesta.
En esos sueños, dos de los animalitos que él más quería estaban en peligro. Su hermana, quien siempre lo apoyaba y le daba ánimo y su mejor amigo, quien jamás se burlaba de él y siempre buscaba la forma de ayudarlo. Entendió que cuando uno ama a alguien, el miedo desaparece si se trata de salvarlo de algo que va a hacerle daño. Que uno puede llegar a hacer cosas que jamás pensó sólo por el bienestar del otro.
Ahora sabía que era capaz, que podía hacer muchas cosas volar, nadar y vaya a saber cuántas cosas más, pero había un problemita, había que hacerlas despierto.
Farolito estaba dispuesto a cualquier cosa para que su amigo venciera sus temores y junto a Coqueta pensaron en cómo ayudarlo.
Esperaron a que Temeroso se quedara dormidito y con la ayuda de otros animales lo dejaron flotando en el lago y se quedaron junto a él.
Cuando Temeroso empezó a despertar, lo primero que sintió fue la hermosa sensación del agua fresca tocando su blancas plumitas. Era una sensación única, que nunca antes había sentido. Cuando despertó un poco más, se asustó mucho al verse en medio del agua, entre plumazos y coletazos trató de salir como pudo, ante la atenta mirada de Coqueta y Farolito. Cuando se tranquilizó se dio cuenta que flotaba sin ninguna dificultad, que se sentía acariciado por el agua cristalina del lago y que realmente le gustaba.
Su hermana y su amigo no lo podían creer, Temeroso nadaba y se movía como si siempre lo hubiese sabido hacer.
- ¡Acá no termina esto! Dijo Farolito
- ¡Qué siga el entrenamiento! Agregó Coqueta.
Farolito no estaba equivocado, Temeroso se había acostado triste y le costó mucho dormir, pero bastó ver a todos los bichitos encendidos para sentirse protegido y poder descansar.
Muchas veces, mientras dormía soñaba con aquellas cosas que despierto no podía hacer y se veía nadando por lagos y lagunas, sobrevolándolas, caminando con su andar de pato en el medio de la noche sin sentir miedo alguno.
Esa vez, el sueño fue distinto. Esa noche soñó que Coqueta caía al lago y golpeando su cabecita con una piedra quedaba muy mareada. No podía salir y pedía ayuda llorando. Temeroso se levantó, dormido como estaba y sin dudar un segundo se metió en el lago a salvar a su hermana mayor quien -sólo en sueños- estaba en peligro y la salvó. Empapado se volvió a dormir. Un nuevo sueño se instaló en su cabecita, esta vez Farolito había quedado atrapado en una rama de un árbol y no podía bajar. También él pedía ayuda. Sin dudarlo una vez más, Temeroso volvió a levantarse, elevó sus alitas y voló dormido hasta la ramita para rescatar a su mejor amigo que, otra vez -sólo en sueños- corría peligro.
Cuando amaneció y Temeroso abrió los ojos, no entendía por qué todo el mundo lo aplaudía y felicitaba. Su mamá lloraba de emoción, Coqueta lo besuqueaba con su pico naranja. Era evidente que algo había sucedido y nuestro amigo no sabía de qué se trataba.
Cuando le contaron que lo habían visto volar y nadar, Temeroso creyó que le estaban haciendo una broma. Luego recordó ambos sueños y pensó que tal vez podían tener razón.
Se preguntó por qué había sido capaz de vencer sus temores estando dormido y encontró la respuesta.
En esos sueños, dos de los animalitos que él más quería estaban en peligro. Su hermana, quien siempre lo apoyaba y le daba ánimo y su mejor amigo, quien jamás se burlaba de él y siempre buscaba la forma de ayudarlo. Entendió que cuando uno ama a alguien, el miedo desaparece si se trata de salvarlo de algo que va a hacerle daño. Que uno puede llegar a hacer cosas que jamás pensó sólo por el bienestar del otro.
Ahora sabía que era capaz, que podía hacer muchas cosas volar, nadar y vaya a saber cuántas cosas más, pero había un problemita, había que hacerlas despierto.
Farolito estaba dispuesto a cualquier cosa para que su amigo venciera sus temores y junto a Coqueta pensaron en cómo ayudarlo.
Esperaron a que Temeroso se quedara dormidito y con la ayuda de otros animales lo dejaron flotando en el lago y se quedaron junto a él.
Cuando Temeroso empezó a despertar, lo primero que sintió fue la hermosa sensación del agua fresca tocando su blancas plumitas. Era una sensación única, que nunca antes había sentido. Cuando despertó un poco más, se asustó mucho al verse en medio del agua, entre plumazos y coletazos trató de salir como pudo, ante la atenta mirada de Coqueta y Farolito. Cuando se tranquilizó se dio cuenta que flotaba sin ninguna dificultad, que se sentía acariciado por el agua cristalina del lago y que realmente le gustaba.
Su hermana y su amigo no lo podían creer, Temeroso nadaba y se movía como si siempre lo hubiese sabido hacer.
- ¡Acá no termina esto! Dijo Farolito
- ¡Qué siga el entrenamiento! Agregó Coqueta.
Mucho tuvieron
que hacer para convencer a Temeroso de salir del agua ¡Quién lo hubiera dicho!
Farolito le propuso jugar al gato y al ratón, uno corría y el otro lo perseguía. En realidad siempre jugaban a ese juego, pero esta vez lo harían distinto, solo que nuestro patito no lo sabía.
Farolito empezó a elevarse y a elevarse lo más que pudo, sin darse cuenta Temeroso, con tal de agarrar a su amigo, se elevó también. Demás está decir que, cuando se dio cuenta, casi aterriza de pico en medio del lago, pero, una vez más, tuvo una sensación muy, pero muy linda. Por primera vez sentía la brisa bajo sus patas de pato y atravesaba el viento en su vuelo bajito.
Recién en ese momento se dio cuenta de una cosa. Cuando sentimos miedo, es como si nos quedásemos como estatuas duritas, duritas, que por supuesto no se mueven y no pueden hacer nada. El miedo no te permite disfrutar de un montón de cosas y Temeroso lo había aprendido.
Tanto fue así que esa noche, le pidió a los bichitos que no lo alumbraran, quería enfrentar solito su otro temor: la oscuridad. Recién esa noche, sin luz que lo ayudara, pudo apreciar la belleza de las estrellas.
Eso pasa cuando vencemos nuestros temores, se descubre ante nosotros ese mundo lleno de cosas lindas que no nos animábamos a vivir.
La cosa fue que a partir de ese día, era muy difícil ver a Temeroso sobre el césped del bosque, había que buscarlo siempre en el lago y sobre él. Había perdido la oportunidad de hacer cosas muy bellas a causa de sus temores y ahora recuperaría el tiempo perdido, donde fuera y como fuera, en el agua, en el aire, durante el día o la noche. Sólo quería disfrutar. El tiempo de tener miedo ya había pasado, ahora era tiempo de animarse y sobre todo divertirse.
Farolito le propuso jugar al gato y al ratón, uno corría y el otro lo perseguía. En realidad siempre jugaban a ese juego, pero esta vez lo harían distinto, solo que nuestro patito no lo sabía.
Farolito empezó a elevarse y a elevarse lo más que pudo, sin darse cuenta Temeroso, con tal de agarrar a su amigo, se elevó también. Demás está decir que, cuando se dio cuenta, casi aterriza de pico en medio del lago, pero, una vez más, tuvo una sensación muy, pero muy linda. Por primera vez sentía la brisa bajo sus patas de pato y atravesaba el viento en su vuelo bajito.
Recién en ese momento se dio cuenta de una cosa. Cuando sentimos miedo, es como si nos quedásemos como estatuas duritas, duritas, que por supuesto no se mueven y no pueden hacer nada. El miedo no te permite disfrutar de un montón de cosas y Temeroso lo había aprendido.
Tanto fue así que esa noche, le pidió a los bichitos que no lo alumbraran, quería enfrentar solito su otro temor: la oscuridad. Recién esa noche, sin luz que lo ayudara, pudo apreciar la belleza de las estrellas.
Eso pasa cuando vencemos nuestros temores, se descubre ante nosotros ese mundo lleno de cosas lindas que no nos animábamos a vivir.
La cosa fue que a partir de ese día, era muy difícil ver a Temeroso sobre el césped del bosque, había que buscarlo siempre en el lago y sobre él. Había perdido la oportunidad de hacer cosas muy bellas a causa de sus temores y ahora recuperaría el tiempo perdido, donde fuera y como fuera, en el agua, en el aire, durante el día o la noche. Sólo quería disfrutar. El tiempo de tener miedo ya había pasado, ahora era tiempo de animarse y sobre todo divertirse.
Fin
Camargo, Laura.
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