miércoles, 30 de octubre de 2013

RAPUNZEL

Había una vez una pareja que hacía mucho tiempo deseaba tener un bebé. Un día, la mujer sintió que su deseo ¡por fin! se iba a realizar. Su casa tenía una pequeña ventana en la parte de atrás, desde donde se podía ver un jardín lleno de flores hermosas y de toda clase de plantas. Estaba rodeado por una muralla alta y nadie se atrevía a entrar porque allí vivía una bruja. Un día, mirando hacia el jardín, la mujer se fijó en un árbol cargadito de espléndidas manzanas que se veían tan frescas que ansiaba comerlas. Su deseo crecía día a día y como pensaba que nunca podría comerlas, comenzó a debilitarse, a perder peso y se puso enferma. Su marido, preocupado, decidió realizar los deseos de la mujer.

En la oscuridad de la noche el hombre cruzó la muralla y entró en el jardín de la bruja. Rápidamente cogió algunas de aquellas manzanas tan rojas y corrió a entregárselas a su esposa. Inmediatamente la mujer empezó a comerlas y a ponerse buena. Pero su deseo aumentó, y para mantenerla satisfecha, su marido decidió volver al huerto para recoger más manzanas. Pero cuando saltó la pared, se encontró cara a cara con la bruja. "¿Eres tú el ladrón de mis manzanas?" dijo la bruja furiosa. Temblando de miedo, el hombre explicó a la bruja que tuvo que hacerlo para salvar la vida a su esposa. Entonces la bruja dijo, "Si es verdad lo que me has dicho, permitiré que recojas cuantas manzanas quieras, pero a cambio me tienes que dar el hijo que tu esposa va a tener. Yo seré su madre." El hombre estaba tan aterrorizado que aceptó. Cuando su esposa dio a luz una pequeña niña, la bruja vino a su casa y se la llevó. Era hermosa y se llamaba Rapunzel. Cuando cumplió doce años, la bruja la encerró en una torre en medio de un cerrado bosque. La torre no tenía escaleras ni puertas, sólo una pequeña ventana en lo alto.

Cada vez que la bruja quería subir a lo alto de la torre, se paraba bajo la ventana y gritaba: "¡Rapunzel, Rapunzel, lanza tu trenza! Rapunzel tenía un abundante cabello largo, dorado como el sol. Siempre que escuchaba el llamado de la bruja se soltaba el cabello, lo ataba en trenzas y lo dejaba caer al piso. Entonces la bruja trepaba por la trenza y se subía hasta la ventana. Un día un príncipe, que cabalgaba por el bosque, pasó por la torre y escuchó una canción tan gloriosa que se acercó para escuchar. Quien cantaba era Rapunzel. Atraído por tan melodiosa voz, el príncipe buscó entrar en la torre pero todo fue en vano. Sin embargo, la canción le había llegado tan profundo al corazón, que lo hizo regresar al bosque todos los días para escucharla. Uno de esos días, vio a la bruja acercarse a los pies de la torre.

El príncipe se escondió detrás de un árbol para observar y la escuchó decir: ¡Rapunzel! ¡Rapunzel!, ¡lanza tu trenza!  Rapunzel dejó caer su larga trenza y la bruja trepó hasta la ventana. Así, el príncipe supo cómo podría subir a la torre. Al día siguiente al oscurecer, fue a la torre y llamó: "¡Rapunzel!, ¡Rapunzel!, "¡lanza tu trenza!" El cabello de Rapunzel cayó de inmediato y el príncipe subió. Al principio Rapunzel se asustó, pero el príncipe le dijo gentilmente que la había escuchado cantar y que su dulce melodía le había robado el corazón. Entonces Rapunzel olvidó su temor. El príncipe le preguntó si le gustaría ser su esposa a lo cual accedió de inmediato y sin pensarlo mucho porque estaba enamorada del príncipe y porque estaba deseosa de salir del dominio de esa mala bruja que la tenía presa en aquel tenebroso castillo. El príncipe la venía a visitar todas las noches y la bruja, que venía sólo durante el día, no sabía nada. Hasta que un día, cuando la bruja bajaba por la trenza oyó a Rapunzel decir que ella pesaba más que el príncipe. La bruja reaccionó gritando: "Así que ¿has estado engañándome?" Furiosa, la bruja decidió cortar todo el cabello de Rapunzel, abandonándola en un lugar lejano para que viviera en soledad.

Al volver a la torre, la bruja se escondió detrás de un árbol hasta que vio llegar al príncipe y llamar a Rapunzel. Entonces enfurecida, la bruja salió del escondite y le dijo: "Has perdido a Rapunzel para siempre. Jamás volverás a verla". Por lo que el príncipe se quedó desolado. Además, la bruja le aplicó un hechizo dejando ciego al príncipe. Incapacitado de volver a su castillo, el príncipe acabó viviendo durante muchos años en el bosque hasta que un día por casualidad llegó al solitario lugar donde vivía Rapunzel. Al escuchar la melodiosa voz, se dirigió hacia ella. Cuando estaba cerca, Rapunzel lo reconoció. Al verlo se volvió loca de alegría, pero se puso triste cuando se dio cuenta de su ceguera. Lo abrazó tiernamente y lloró. Sus lágrimas cayeron sobre los ojos del príncipe ciego y de inmediato los ojos de él se llenaron de luz y pudo volver a ver como antes. Entonces, felices por estarán reunido con su amor, los dos se casaron y vivieron muy felices.

Tapia, Evelin.

LA PRINCESA Y EL GIGANTE

Érase una vez un príncipe que quería casarse con una princesa, pero tenía que ser con una princesa de verdad.

Recorrió el mundo entero, y aunque en todas partes encontró princesas, siempre acababa descubriendo en ellas algo que no acababa de gustarle. De ninguna se hubiera podido asegurar con certeza que fuera una verdadera princesa; siempre aparecía algún detalle que no era como es debido. El príncipe regresó, pues, a su país, desconsolado por no haber podido encontrar una princesa verdadera.

Una noche se desencadenó una terrible tempestad: relámpagos, truenas y una lluvia torrencial. ¡Era espantoso! Alguien llamó a la puerta de palacio y el anciano rey fue a abrir.

Era una princesa quien aguardaba ante la puerta. Pero, ¡Dios mío!, ¡Qué aspecto ofrecía con la lluvia y el mal tiempo! El agua chorreaba por sus cabellos y caía sobre sus ropas, le entraba por la punta de los zapatos y le salía por los talones. Y sin embargo, ¡pretendía ser una princesa verdadera!

“Bien, ya lo veremos”, pensó la vieja reina, y sin decir palabra se dirigió a la alcoba, apartó toda la ropa de la cama y colocó un guisante en su fondo; puso después veinte colchones sobre él y añadió todavía otros veinte edredones de plumas de ánade.

Allí dormiría la princesa aquella noche.

A la mañana siguiente, le preguntaron qué tal había descansado.

- ¡Oh, terriblemente mal!- respondió la princesa-. Casi no he pegado ojo en toda la noche. ¡Dios sabe qué habría en esa cama! He dormido sobre algo tan duro que tengo el cuerpo lleno de cardenales. ¡Ha sido horrible!

Así se pudo comprobar que se trataba de una princesa de verdad, porque a pesar de los veinte colchones y los veinte edredones de pluma, había sentido la molestia de un guisante. Sólo una verdadera princesa podía tener la piel tan delicada.

El príncipe, sabiendo ya que se trataba de una princesa de verdad, la tomó por esposa el guisante fue trasladado al Museo del Palacio, donde todavía puede contemplarse, a no ser que alguien se lo haya llevado.
¡Como veréis, ésta sí que es una historia verdadera!

Tapia, Evelin.

EL PASTORCILLO MENTIROSO

Érase una vez un pequeño pastor que se pasaba la mayor parte de su tiempo cuidando sus ovejas y, como muchas veces se aburría mientras las veía pastar, pensaba cosas que hacer para divertirse.
Un día, decidió que sería buena idea divertirse a costa de la gente del pueblo que había por allí cerca. Se acercó y empezó a gritar:
- ¡Socorro! ¡El lobo! ¡Que viene el lobo!
La gente del pueblo cogió lo que tenía a mano y corriendo fueron a auxiliar al pobre pastorcito que pedía auxilio, pero cuando llegaron, descubrieron que todo había sido una broma pesada del pastor. Y se enfadaron.

Cuando se habían ido, al pastor le hizo tanta gracia la broma que pensó en repetirla. Y cuando vio a la gente suficientemente lejos, volvió a gritar:
- ¡Socorro! ¡El lobo! ¡Que viene el lobo!
Las gentes del pueblo, en volverlo a oír, empezaron a correr otra vez pensando que esta vez sí que se había presentado el lobo, y realmente les estaba pidiendo ayuda. Pero al llegar donde estaba el pastor, se lo encontraron por los suelos, riendo de ver como los aldeanos habían vuelto a auxiliarlo. Esta vez los aldeanos se enfadaron aún más, y se marcharon terriblemente enojados.
A la mañana siguiente, el pastor volvió a pastar con sus ovejas en el mismo campo. Aún reía cuando recordaba correr a los aldeanos. Pero no contó que, ese mismo día, si vio acercarse el lobo. El miedo le invadió el cuerpo y, al ver que se acercaba cada vez más, empezó a gritar:
- ¡Socorro! ¡El lobo! ¡Que viene el lobo! ¡Se va a comer todas mis ovejas! ¡Auxilio!
Pero esta vez los aldeanos, habiendo aprendido la lección el día anterior, hicieron oídos sordos.

El pastorcillo vio como el lobo se abalanzaba sobre sus ovejas, y chilló cada vez más desesperado:
- ¡Socorro! ¡El lobo! ¡El lobo! - pero los aldeanos continuaron sin hacer caso.

Es así, como el pastorcillo vio como el lobo se comía unas cuantas ovejas y se llevaba otras para la cena, sin poder hacer nada. Y se arrepintió en lo más profundo de la broma que hizo el día anterior.
Tapia, Evelin.

miércoles, 9 de octubre de 2013

EL PATITO TEMEROSO




Temeroso era un hermoso patito blanco que le tenía miedo a muchas cosas. Vivía con sus papis y siete hermanitos, todos casi iguales a él. Lo que diferenciaba a Temeroso de sus hermanos, no era ningún rasgo físico, sino que, nuestro patito amigo era muy, pero muy miedoso.
  Temeroso no podía evitar tener miedo a muchas cosas y eso, le hacía más difícil su vida. Algunos de sus tantos hermanitos lo entendían y trataban de ayudarlo, otros se burlaban y decían que por algo lo llamaban así.
 El miedo no es una linda sensación y cuando se teme a algo, también se sufre. Esto le ocurría a Temeroso.
 Como muchas cosas le daban miedo, había muchas cosas que no hacía pero que en realidad deseaba poder hacer. Quería nadar, volar y dormir sin miedo por las noches.
 Y si, aunque parezca mentira y siendo un pato, Temeroso le tenía miedo al agua. Cuando sus papis salían a pasear por el lago junto con sus hijitos, él los esperaba en la orilla.
 Todos los días era la misma historia, la familia a punto de salir a nadar, esperando a que nuestro amiguito se decidiera a entrar al agua.
- ¡Vamos Temeroso, no pasará nada! Yo te acompaño. Le decía Coqueta, su hermana mayor.
- Si te hundís, cosa que no creo, yo te agarro del cogote y te saco en un abrir y cerrar de pico Le decía su hermanito que, a pesar de ser menor, no le tenía miedo a nada.
- No gracias chicos, vayan, mejor me quedo esperando, sino se van a perder el paseo. Contestó temeroso.
 Esto también pasaba cuando para ir de una orilla a la otra de un lago muy grande, los patitos debían levantar vuelo. Cierto es que los patos no vuelan muy alto, pero por poca que fuera la altura, Temeroso no se animaba a volar.
 Ni que hablar cuando se hacía de noche y todo quedaba oscuro en el bosque, el miedo se hacía difícil de soportar. Sus blancas plumitas temblaban como hojas.
 La única ayuda que le servía era la de sus amigos, los bichitos de luz; quienes sabiendo el problema del pobre patito, lo acompañaban muchas noches dándole su luz para que pudiera dormir un poco más tranquilo.
  Para colmo de males, Temeroso era sonámbulo, eso significa que hablaba y caminaba dormido por ahí como si tal cosa, lo cual también le traía algún que otro problema.
 Todo esto entristecía mucho a nuestro amiguito pues se perdía de hacer cosas que a los demás les divertía, tampoco le gustaba que se burlasen de él, ni por miedoso, ni por sonámbulo. Sabía que debía vencer sus temores pero no sabía cómo y tampoco sabía como dejar de caminar y hacer cuac cuac por la madrugada mientras todos en el bosque dormían. Cuando uno no sabe algo, es bueno pedir ayuda. Siempre hay alguien que nos quiere dispuesto a darnos una manito.
 Reunió a parte de sus hermanitos y a sus amigos del bosque y les dijo:
- Chicos, solo no puedo, pensemos juntos qué podemos hacer para que yo pueda dejar de tener miedo.
- No será fácil amigo, mirá que ya lo intentamos varias veces. Dijo uno de los bichitos de luz.
- Pero una manera debe haber. Insistió Temeroso.
- Es tarde hermanito, yo diría que vayamos a dormir y mañana tranquilos y entre todos, pensamos la solución. Sugirió Coqueta.
  Esa noche, Farolito el bichito de luz más amigo de Temeroso pensó que el patito no iba a dormir bien, entonces reforzó la iluminación con cuanto bichito de luz se le cruzó por el camino.
 Farolito no estaba equivocado, Temeroso se había acostado triste y le costó mucho dormir, pero bastó ver a todos los bichitos encendidos para sentirse protegido y poder descansar.
 Muchas veces, mientras dormía soñaba con aquellas cosas que despierto no podía hacer y se veía nadando por lagos y lagunas, sobrevolándolas, caminando con su andar de pato en el medio de la noche sin sentir miedo alguno.
  Esa vez, el sueño fue distinto. Esa noche soñó que Coqueta caía al lago y golpeando su cabecita con una piedra quedaba muy mareada. No podía salir y pedía ayuda llorando.  Temeroso se levantó, dormido como estaba y sin dudar un segundo se metió en el lago a salvar a su hermana mayor quien -sólo en sueños- estaba en peligro y la salvó. Empapado se volvió a dormir.   Un nuevo sueño se instaló en su cabecita, esta vez Farolito había quedado atrapado en una rama de un árbol y no podía bajar. También él pedía ayuda. Sin dudarlo una vez más, Temeroso volvió a levantarse, elevó sus alitas y voló dormido hasta la ramita para rescatar a su mejor amigo que, otra vez -sólo en sueños- corría peligro.
 Cuando amaneció y Temeroso abrió los ojos, no entendía por qué todo el mundo lo aplaudía y felicitaba. Su mamá lloraba de emoción, Coqueta lo besuqueaba con su pico naranja. Era evidente que algo había sucedido y nuestro amigo no sabía de qué se trataba.
 Cuando le contaron que lo habían visto volar y nadar, Temeroso creyó que le estaban haciendo una broma. Luego recordó ambos sueños y pensó que tal vez podían tener razón.
 Se preguntó por qué había sido capaz de vencer sus temores estando dormido y encontró la respuesta.
 En esos sueños, dos de los animalitos que él más quería estaban en peligro. Su hermana, quien siempre lo apoyaba y le daba ánimo y su mejor amigo, quien jamás se burlaba de él y siempre buscaba la forma de ayudarlo. Entendió que cuando uno ama a alguien, el miedo desaparece si se trata de salvarlo de algo que va a hacerle daño. Que uno puede llegar a hacer cosas que jamás pensó sólo por el bienestar del otro.
 Ahora sabía que era capaz, que podía hacer muchas cosas volar, nadar y vaya a saber cuántas cosas más, pero había un problemita, había que hacerlas despierto.
 Farolito estaba dispuesto a cualquier cosa para que su amigo venciera sus temores y junto a Coqueta pensaron en cómo ayudarlo.
 Esperaron a que Temeroso se quedara dormidito y con la ayuda de otros animales lo dejaron flotando en el lago y se quedaron junto a él.
 Cuando Temeroso empezó a despertar, lo primero que sintió fue la hermosa sensación del agua fresca tocando su blancas plumitas. Era una sensación única, que nunca antes había sentido. Cuando despertó un poco más, se asustó mucho al verse en medio del agua, entre plumazos y coletazos trató de salir como pudo, ante la atenta mirada de Coqueta y Farolito. Cuando se tranquilizó se dio cuenta que flotaba sin ninguna dificultad, que se sentía acariciado por el agua cristalina del lago y que realmente le gustaba.
 Su hermana y su amigo no lo podían creer, Temeroso nadaba y se movía como si siempre lo hubiese sabido hacer.
- ¡Acá no termina esto! Dijo Farolito
- ¡Qué siga el entrenamiento! Agregó Coqueta.
  Mucho tuvieron que hacer para convencer a Temeroso de salir del agua ¡Quién lo hubiera dicho!
 Farolito le propuso jugar al gato y al ratón, uno corría y el otro lo perseguía. En realidad siempre jugaban a ese juego, pero esta vez lo harían distinto, solo que nuestro patito no lo sabía.
 Farolito empezó a elevarse y a elevarse lo más que pudo, sin darse cuenta Temeroso, con tal de agarrar a su amigo, se elevó también. Demás está decir que, cuando se dio cuenta, casi aterriza de pico en medio del lago, pero, una vez más, tuvo una sensación muy, pero muy linda. Por primera vez sentía la brisa bajo sus patas de pato y atravesaba el viento en su vuelo bajito.
 Recién en ese momento se dio cuenta de una cosa. Cuando sentimos miedo, es como si nos quedásemos como estatuas duritas, duritas, que por supuesto no se mueven y no pueden hacer nada. El miedo no te permite disfrutar de un montón de cosas y Temeroso lo había aprendido.
 Tanto fue así que esa noche, le pidió a los bichitos que no lo alumbraran, quería enfrentar solito su otro temor: la oscuridad. Recién esa noche, sin luz que lo ayudara, pudo apreciar la belleza de las estrellas.
 Eso pasa cuando vencemos nuestros temores, se descubre ante nosotros ese mundo lleno de cosas lindas que no nos animábamos a vivir.
 La cosa fue que a partir de ese día, era muy difícil ver a Temeroso sobre el césped del bosque, había que buscarlo siempre en el lago y sobre él. Había perdido la oportunidad de hacer cosas muy bellas a causa de sus temores y ahora recuperaría el tiempo perdido, donde fuera y como fuera, en el agua, en el aire, durante el día o la noche. Sólo quería disfrutar. El tiempo de tener miedo ya había pasado, ahora era tiempo de animarse y sobre todo divertirse.

Fin
Camargo, Laura.

LA RANA RENATA


 Renata era una rana como todas las demás. Tenía la piel llena de circulitos muy parecidos a los cráteres de la luna, pero mucho más chiquitos y  de un color verde amarronado, ojos saltones, y una larga lengua que estiraba para capturar insectos y alimentarse de ellos. Vivía muy feliz en una laguna en las afueras de la ciudad.
  Cierto día, una familia que por allí paseaba, la vio y le pareció tan simpática que decidió llevarla al jardín de su casa.
  Renata de repente se encontró en una latita con un poco de agua, que se movía al compás vaya a saber de qué y sin tener la menor idea de cuál sería su destino, se preocupó un poco.
  Cuando la familia llegó a su casa, la dejó en el jardín, que a partir de ese momento se convertiría en su hogar.
  Sus ojos saltones miraron ese nuevo lugar: no era feo, por el contrario. Estaba lleno de plantas, flores, algunos bancos de madera, una hamaca y una pileta que Renata confundió con una laguna que le pareció un poco extraña.
  La ranita no era la única habitante de ese jardín, había caracoles, bichos bolita, gusanos, lombrices, un conejo y dos perritos. También estaban los pajaritos que hacían nido en los árboles y mariposas curiosas que iban de aquí para allá.
  Los ojos de Renata parecían aún más saltones que de costumbre, todo la maravillaba, todo le parecía lindo, a pesar de ser desconocido para ella. Miraba las cosas con los ojos del corazón, de un corazón bueno, sencillo.
  Comenzó a saltar chocha de la vida dispuesta a recorrer cada rincón del jardín y hacerse nuevos amigos.
  Lo que la pobre ranita no sabía era que no sería bienvenida por sus compañeros del lugar.
  Ninguno de los animalitos que allí vivían había visto en su vida una rana, por lo tanto no sabían bien de qué tipo de animal se trataba y aún menos cómo era Renata por dentro más allá de su aspecto físico. Tampoco les importó mucho que digamos.
  Todos y cada uno tenían algo que decir acerca de nuestra amiguita. Convengamos que la ranita no era muy bonita que digamos, pero en realidad ¿qué importaba eso?
- Está ………… llena……………………… de …………….. verrugas …………… ¡qué asco! Dijo Lentón el caracol, a quien le costaba mucho terminar una frase.
- Me quiere imitar todo el tiempo saltando y saltando, pero no va a lograr saltar tanto como yo ¿Vieron sus patitas? Parecen palitos de helado al lado de las mías. Comentó Jejo, el conejo.
- ¿Y el color de su piel? Digo yo, ¿no estará medio podrida? Preguntó  una mariposita que volaba por allí.
  No sólo ningún animalito del jardín le dio la bienvenida, sino que en vez de preocuparse por conocer a Renata y ver así si podían ser amigos, se ocuparon de criticar no sólo su apariencia, sino todo lo que hacía.
- ¡Es una burlona! Se quejaba Tallarín -un gusanito largo como un fideo- ¿No se dieron cuenta cómo nos saca la lengua?
- ¡Tenés razón! Nos burla a todos, no hace más que sacar esa lengua larga y finita que tiene ¿qué se cree? Agregó Jejo
- Yo………………………. opino ………………………….. igual.  Dijo Lentón, cuyas frases nunca eran muy largas, porque si no tardaba demasiado en decirlas.
- ¿Y los ojos? ¡Parecen dos pelotitas de golf!! Para mi que los tiene tan afuera para poder mirarnos bien y burlarse mejor. Por ahí algún día se le caen vaya uno a saber. Comentó un bicho bolita.
- Pues le haremos el vacío, si ella nos burla, haremos de cuenta que no existe. Dijo una mariposita.
Lo cierto es que Renata sacaba su lengua a cada rato para alimentarse de insectos, como hacen todas las ranas hechas y derechas y no para burlarse de nadie. Tampoco tenía los ojos saltones para mirar a los demás, sino porque todas las ranas y sapos los tienen. Lo que ocurre, es que nadie se tomó el trabajo de preguntarle, de conocerla bien y así poder saber cómo era la ranita realmente.
 Pasado un tiempito, Renata empezó a sentirse muy solita. Intentaba hablar con sus vecinos, pero ninguno le daba bolilla.
La ranita quería volver a su laguna, pero por más que saltara lo más alto posible, sabía que no podría llegar hasta allí, ni salir del jardín siquiera.
Dándose cuenta que no era bienvenida Renata se metió dentro de un agujero que había en el pasto y trató de salir de allí lo menos posible para no molestar a nadie.
Llegó el verano y con él una invasión de mosquitos nunca antes vista en el jardín de la casa.
 Todos los animalitos se rascaban sin parar, trataban de esconderse bajo una piedra (los que entraban), los perritos en sus cuchas, el conejo en una cajita donde dormía, pero aún así los mosquitos avanzaban sin parar.
- Esto ………… nos ……………………… va …………….a ….. matar! Decía Lentón dentro de su caparazón.
- ¡Ni saltando los puedo esquivar! Se quejaba Jejo.
- Menos mal que yo puedo esconderme debajo de las piedras. Comentó aliviado Tallarín – pero algún día tendré que salir a buscar comida.
Todos en el jardín estaban muy nerviosos y molestos. La única que estaba feliz era Renata, nunca había tenido tan a mano tanta comida y además estaba muerta de hambre por todo el tiempo que había estado dentro del agujero.
Dispuesta a hacerse una panzada, la ranita salto al jardín y empezó a recorrerlo persiguiendo cuanto mosquito se cruzaba en su camino. Con su larga lengua, que tantos problemas le había traído, agarraba todos y cada uno de los  insectos que habían invadido el jardín.
 Al cabo de un tiempo, los demás animales empezaron a ver el resultado de la gran comilona de Renata, no sólo porque la ranita ya tenía una panza que parecía un globo, sino porque ya casi no quedaban mosquitos dando vueltas.
- ¡Nos …………………. salvó……………… la …………. gorda ……… nos …………salvó! decía Lentón, quien en realidad quería gritar de contento pero no le salía demasiado.
- No entiendo – decía tallarín- primero nos burla y luego no saca de encima a los insectos molestos ¿quién la entiende?
- ¿Yo qué quieren que les diga? ¡Salto de contento ¡Por fin nos libramos de esos bichos! Agregó Jejo.
  En eso intervino Toko, uno de los perritos de la casa, quien hasta ese momento, no se había metido demasiado en el asunto.
- Yo diría que hay que ir a agradecerle ¿no les parece amigos?
- ¿A la gorda llena de verrugas, con color medio podrido y que encima se burlaba de nosotros todos el tiempo? ¡Ni loco que estuviera! Gritó tallarín.
- Es lo que corresponde y es lo que harán todos y cada uno de Uds. o de lo contrario…… me encargué personalmente que ese animal verdoso y feucho no coma más mosquitos.  Toko estaba enojado por la actitud de sus amigos.
- ¿Vamos ……………….. chicos? Preguntó tembloroso Lentón que se había asustado mucho de sólo pensar que los molestos mosquitos volvieran.
  Y allí fueron todos, no muy convencidos por cierto. En una larga fila los más chiquitos primero y los más grandes después, con Toko incluido, fueron a agradecerle a Renata.
   En realidad iba a empezar a hablar Lentón, pero tardó tanto que Jejo tomó la palabra.
- Mire doña, la verdad es que queremos agradecerle.
 Renata no entendía por qué le agradecían, pero de sólo ver que sus todos sus vecinos se habían acercado a hablarle, le sacaba una sonrisa más grande que su boca misma.
― Perdón, no entiendo. Dijo Renata humildemente. Agradecerme a mi ¿por qué?
- Ud. nos quitó esos molestos insectos, lo que no entendemos es por qué desde que llegó no hizo más que burlarse de nosotros y luego no ayuda con los mosquitos.
- No……………… entendemos ……………… nada………..doña. Agregó Lentón.
- ¿Burlarme yo? ¿De quién? ¿Por qué lo habría hecho? Renata entendía menos aún que sus vecinos.
 La verdad es que en ese jardín todo era un malentendido. Eso pasa cuando las personas no se comunican y entonces no se conocen.
- Vamos confiese, dele sacar esa lengua, dele que dele, todo el día sacándonos la lengua ¿se cree que no la veíamos?
- ¿Eso…………… se ……………….. cree………? Lentón no pudo terminar la frase porque Tallarín lo interrumpió.
— No sólo que nos sacó la lengua todo el tiempo, sino que para poder burlarse mejor, sacaba esos ojos que tiene bien para afuera.
— Lamento desilusionarlos vecinos, pero yo no me burlé de nadie. Me llamo Renata,  mis ojos son así saltones de nacimiento y la lengua la sacó para casar insectos. Si alguno de Uds. se hubiese acercado a hablarme o me hubiera dejado a mi acercarme, nos hubiéramos conocido y hubieran sabido bien cómo es una rana.
— ¿Una……………………. qué? Preguntó Lentón que ya empezaba a sentirse avergonzado.
— Una rana caballeros, soy una rana con ojos saltones como todas las de mi especie y con una lengua larga que uso sólo para alimentarme y no para burlarme de nadie.
  Muy dolida Renata se fue a su agujerito, aunque ahora le costaba más entrar porque estaba mucho más gorda por todos los mosquitos que se había comido.
  Todos los animalitos quedaron en silencio. Sabían que habían actuado mal. También sabían que si se hubiesen presentado ante Renata el día que ella llegó, jamás hubieran pensado que se burlaba de nadie. Hubiera sido tan fácil, sin embargo no lo hicieron. Ahora, ante el dolor de Renata, se daban cuenta el daño que habían hecho.
  Sin necesidad de decir una palabra, uno por uno, otra vez en filita se acercaron al agujerito de la rana. No hizo falta ponerse de acuerdo, pues todos querían hacer lo mismo.
– Doña Renata se nos olvidó algo. Dijo Jejo con voz un poco temblorosa.
– Pedirle……………………….. perdón. Agregó Lentón.
  Con esta esa última palabra, simple pero muy grande, Renata salió de su agujerito dispuesta a darles a sus vecinos una nueva oportunidad.

  Al cabo de un tiempo, los dueños de casa trajeron una lagartija. Los animalitos del jardín nuevamente veían un espécimen que no conocían. Sólo que esta vez actuaron diferente.
  Y una vez más, todos en filita, Renata incluida, se acercaron Al nuevo habitante, pero en esta ocasión para presentarse y darle la bienvenida.

Camagro, Laura.

LA MADRE NATURALEZA



La madre naturaleza vivía feliz, se despertaba y el sol resplandecía, el aire acariciaba toda clase de plantas, el ciclo de la germinación se iniciaba con la ayuda del aire y algunos animales, las aves se posaban sobre los arboles y fabricaban sus nidos.
Ella también tocaba las nubes y producía la lluvia, los ríos seguían su cauce, la hierba en los campos reverdecía, los cultivos daban su fruto, todo era armonía, todo seguía su curso normal.
Hasta que un día el desbastador apareció con su deseo de colonizar y poblar la tierra, con su afán de conseguir riquezas. Y empezó una ardua labor de destrucción; taló los arboles cerca a los ríos, contaminó las aguas con sus basuras, descubrió el petróleo y en su lucha de poder por las riquezas del oro negro, lo vertió en las aguas sin piedad. Tanto daño sobre esta pobre madre, traería fatales consecuencias.
Y una mañana el panorama era desolador, el señor tiempo apareció cambiante, unos años fueron de muchas lluvias; durante estos meses, los ríos crecieron y se salieron de sus cauces, las inundaciones no se hicieron esperar, los cultivos se dañaron, los animales morían de frío. Luego apareció la sequía, los ríos parecían hilos de agua, escaseaba este líquido, la tierra se estaba volviendo estéril, los peces, las plantas, los animales se estaban muriendo y los humanos empezaron a padecer de extrañas enfermedades en la piel a causa del calentamiento global. Se había desencadenado una guerra por el agua, todo parecía un extenso desierto, donde reinaban las tierras áridas.
Y el destructor no reaccionaba, entonces su familia empezó a padecer las consecuencias de sus nefastas acciones.
Y al ser tocado donde más le dolía, éste no podía conciliar el sueño. Cuando por fin una noche quedó profundamente dormido, pudo ver como en éste se sentía muy triste y corría buscando al creador de la vida para que lo ayudara a hablar con la madre naturaleza, y cansado de tanto rogar a nuestro Padre él lo llevó ante la presencia de ella:
Y al verlo le preguntó:
-¿Qué quieres de mi, acaso no estás conforme con el daño que me has hecho?
-¿No sabes que destruyéndome también terminaras con tu existencia y la de todos los humanos?
El no sabía cómo mirarla, finalmente se arrodilló y les pidió perdón a Dios y a ella, por todo el daño que había causado y le suplicó que lo deje enmendar su error, si todavía se podía hacer algo. Hubo un silenció que puso a sudar frio al hombre de la preocupación, hasta que por fin ella le respondió:
-Pregúntale al padre, para ver si él te da una segunda oportunidad.
Y el hombre elevó su mirada al cielo y dijo:
-Padre te he fallado, y le he fallado a nuestra madre naturaleza, pero por favor perdóname y ayúdame, necesito que los dos me den su apoyo para restablecer todo o lo que me sea permitido.
Los dos lo miraron y le sonrieron, no sin antes hacerle prometer, que jamás debería contribuir con la destrucción de todo lo creado.

La mañana siguiente Dios le dio el poder a la naturaleza para que iniciara su restauración. Ella tocó las nubes y hubo lluvia, la hierba reverdeció y más tarde el sol salió con su esplendor, el viento acarició las plantas, las aves revoloteaban de alegría, los animales corrían felices y el hombre se arrodilló y le dio gracias al padre celestial por salvar a tiempo nuestra amada Madre Naturaleza.
Camargo, Laura.